Estos días parece que la ultraderecha se ha puesto de acuerdo para atraer los titulares de los medios de comunicación. Hoy, Matteo Salvini y Marine Le Pen anuncian su unión en un “frente de la libertad” para acometer las elecciones europeas del próximo mes de mayo, cuando todavía no se han acabado los artículos y noticias sobre la gran victoria en las elecciones presidenciales en Brasil de Jair Bolsonaro, con el respaldo del 46 por ciento de la población; lo cual no le librará de disputar una segunda vuelta, el próximo 28 de octubre, con el progresista Fernando Haddad, que únicamente consiguió aglutinar el 29 por ciento del voto.
En España, Vox hizo ayer su puesta de largo en el Palacio Vistalegre, en Madrid, el mismo escenario dónde Podemos celebró sus congresos, para demostrar que tiene tantos entusiastas, o más, que los que se denominan herederos del movimiento 15M. Ante más de 10.000 entregados seguidores, los portavoces del partido creado por Santiago Abascal hace cinco años, expusieron su proyecto de España: una, grande y libre (para los que piensan como ellos).
El mundo anda un poco revuelto, sin duda, y el miedo está empezando a asomar sus garras. Ante un futuro incierto, con amenazas a “lo conocido”, nos aferramos a la seguridad, a la fe. En lugar de tratar de encontrar soluciones compartidas, se impone la rigidez de las ideas, la búsqueda de culpables en los otros. El peligro está en que estos movimientos radicales, estén en la derecha o en la izquierda, se nutren de los moderados desencantados.
Nos encontramos en el principio de “un mundo nuevo” y no sabemos qué hacer con él. Histriones como Trump y Putin manejan dos grandes potencias mundiales, la ultraderecha se está asentando en Europa como respuesta al miedo a los ataques terroristas islamistas, como reacción de los nacionalismos a un mundo globalizado, de los ciudadanos que, hartos de la corrupción política, se echan en brazos de caraduras con pose de integridad.
Estamos pasando del mundo de “Tiempos Modernos” al mundo de “Yo, robot”, y esa transformación conlleva numerosas inseguridades. No tengo una bola de cristal, sin embargo, si tengo claro que si el miedo gana, la razón pierde y, con ella, la democracia, la igualdad y la solidaridad.