Lo que queda entre tú y yo

Esto es lo que queda entre tú y yo,

la verdad de nuestros cuerpos que aún se buscan,

se desean, se reconocen,

se dan respiros, se alejan,

se ignoran y, sin embargo,

al final siempre despiertan

en las manos del otro,

en los labios del otro,

en los anhelos del otro.

Sabes, el cuerpo duele a partir de los cincuenta

y las arrugas emergen

como una primavera exuberante.

Ya cargo pechos derrotados,

culpas infinitas y rencores marchitos;

debo más de lo que he dado

y me declaro en ruinas –hasta nuevo aviso-.

Voy tirando de pesadas ausencias,

dejando atrás, cuando puedo, todo aquello que he perdido.

Me contemplo en el espejo

entre lo que quise ser y no he sido;

trasiego por borrosos paisajes de desidia,

entre letras que no entiendo y memorizo

para responder a lo que no sé,

buscando repuestas en un universo de ceros y unos,

un tramposo laberinto denso, silencioso, infinito.

Y aquí estoy, con acordeones mudos

dibujados en la piel por tanto sol,

tanto tabaco y alcohol,

divagando alrededor de una fecha

y sin saber acabar un poema.

La realidad se construye con empeño

Hoy, que todo el mundo sigue hablando sobre la sentencia del procés, celebramos mi pareja y yo un aniversario especial. Hace veinticinco años nos comprometimos a empezar un camino juntos que, en ocasiones, ha sido arduo, complejo y durante el cual, nos hemos tenido que emplear a fondo para proseguir y no tirar la toalla.

Confío en que, a pesar de los desencuentros, la mayoría de los catalanes entiendan su futuro dentro de España y que, en el resto de España, se cuente con los habitantes de Cataluña para construir un mañana.

Tal vez, la celebración del compromiso de una pareja no sea reseñable, pero para ser sincera, ésta es hoy mi mejor y más importante noticia del día.

Veinticinco años juntos

Tal vez ese sea el secreto:
Que sabes que cuentas conmigo
Y yo sé que cuento contigo.

Tal vez sea el deseo,
Que aun surge entre rutinas,
Malentendidos o acciones
Que nos exasperan del otro,
Que conocemos, pero no aceptamos.

Tal vez sean las risas
Que todavía nos envuelven juntos,
Ahuyentando las negras palabras de hastío,
Las sombras de lágrimas vertidas en silencio.

Tal vez sólo sea amor,
Complicidad entre dos seres
Tan distintos como únicos;
Comprensión mutua -aunque no siempre-,
Memoria desde dos ramas de la misma historia.

Tal vez sea ese el secreto:
Que sabes que cuentas conmigo
Y que yo sé que cuento contigo.

Para una gran mujer: mi madre

mamá
Mi madre siempre está presente iluminando mis pasos

Hoy quiero rendir homenaje a la mujer más importante de mi vida: mi madre. Socialista de misa diaria, que no va a escuchar al cura, sino a conversar con sus muertos y sus santos. Pragmática y, sin embargo, con unos valores muy firmes, es una luchadora que, aunque a veces ha tropezado, nunca se ha rendido.

Siempre está presente en mi camino la luz de su mirada serena, iluminando mis pasos; incluso en los malos momentos, es mi arrullo y mi rumbo. Es, como otras muchas mujeres, heroína anónima, pluriempleada sin sueldo que un día decidió salir a la calle y buscar una ocupación remunerada para que su prole pudiera recibir una buena educación, aquella que ella no pudo recibir.

Con la muerte de su hombre, su compañero, perdió parte importante de su pasado de un solo golpe, cada día que pasaba sin él era más difícil seguir andando, los cercos morados que rodeaban sus ojos delataban ese luto interior. Pero un nuevo golpe vino a rescatarla del dolor para aprender a enfrentarse a su propia enfermedad. Ya nos habíamos encarado con la palabra “cáncer” y habíamos perdido. Y cuatro años después nos enfrentábamos de nuevo a la maldita palabra.

Ella sabía que no podía dejarnos y perdió una de sus mamas en la batalla, pero ganó la guerra. No se quejó jamás, no le importó la amputación de uno de sus generosos pechos; esos pechos que me amamantaron hasta los tres años, que me acunaron y cobijaron cuando la oscuridad y los miedos me envolvían. Hoy, desde sus 90 años recién estrenados, sigue haciendo frente a la vida, mirándola a la cara, sin temer a la muerte; pero viviendo con regocijo contenido la vida.