Esto es lo que queda entre tú y yo,
la verdad de nuestros cuerpos que aún se buscan,
se desean, se reconocen,
se dan respiros, se alejan,
se ignoran y, sin embargo,
al final siempre despiertan
en las manos del otro,
en los labios del otro,
en los anhelos del otro.
Sabes, el cuerpo duele a partir de los cincuenta
y las arrugas emergen
como una primavera exuberante.
Ya cargo pechos derrotados,
culpas infinitas y rencores marchitos;
debo más de lo que he dado
y me declaro en ruinas –hasta nuevo aviso-.
Voy tirando de pesadas ausencias,
dejando atrás, cuando puedo, todo aquello que he perdido.
Me contemplo en el espejo
entre lo que quise ser y no he sido;
trasiego por borrosos paisajes de desidia,
entre letras que no entiendo y memorizo
para responder a lo que no sé,
buscando repuestas en un universo de ceros y unos,
un tramposo laberinto denso, silencioso, infinito.
Y aquí estoy, con acordeones mudos
dibujados en la piel por tanto sol,
tanto tabaco y alcohol,
divagando alrededor de una fecha
y sin saber acabar un poema.