Febrero siempre duele

Algunas ausencias abren todos los candados

Febrero duele como esas heridas que reverdecen sin que el tiempo o los tratamientos aplicados sobre ella terminen de sanarla. El dolor se ajusta al alma como un cilicio implacable y vengativo, con la misma intensidad como aquella primera vez, en la que descubrí su poder. Los pulmones empiezan a hiperventilar, el aire llega hasta ellos con dificultad y olvidas la angustia que sientes, solo piensas en que no consigues respirar.

Ese tormento físico relega el dolor interior que segrega el alma porque es más fácil de gestionar, de controlar. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero es mentira, la ausencia nunca desaparece, siempre acecha tras una fotografía, una fecha, un lugar…

La ausencia flota en partículas invisibles que no ves, pero que te atacan como un virus. Oigo de fondo cifras sobre muertos, hospitalizados, contagiados y sigo anclada en mi febrero, ese en el que perdí la inocencia con la crueldad de la muerte, tu muerte.

Desde hace tiempo tengo un candado contra el dolor, pero la puerta siempre se abre y febrero siempre me duele.

In memoriam: Una muerte en tiempos del coronavirus

ANGUSTIA: Ayer la incineraron. Sola. Murió, como tantos otros ancianos en estos días, en una residencia el pasado martes. Sola. Tenía 84 años y padecía Alzhéimer, pero para nosotros, su familia, era Nines, mamá, abuela, Angelines; una mujer valiente, luchadora, generosa a la que queríamos.

Nos avisaron hace ocho días de que tenía fiebre y dificultad respiratoria, que presentaba un cuadro complicado, pero que no era candidata a UCI porque era mayor y tenía patologías previas. No sabemos si le diagnosticaron coronavirus o no, si le hicieron pruebas o no, o si simplemente la dejaron morir sin que sufriera.

DOLOR: Hacía mucho tiempo que ella se había ido, su esencia, pero su cuerpo seguía albergando esa mujer que conocimos y amamos, esa mujer que había emigrado y trabajado duramente para dar un futuro mejor a sus hijos, que había disfrutado de la vida cuando la vida se lo había permitido y que había luchado siempre como una leona por proteger a los suyos.

Ella hubiera preferido morir a vivir como vivía los últimos años, pero no así, no de esta manera. No haber podido darle la mano, un beso de despedida, no haber podido estar con ella nos pesará como una condena toda la vida. Este duelo en diferido es una puñalada que no deja de sangrar por mucho que tapones la herida.

INDIGNACIÓN: Creo que como sociedad hemos de hacer examen de conciencia. Hemos dejado en la cuneta a toda una generación, esa generación que reconstruyó un país después de una sangrienta y brutal guerra civil, una generación que ha pasado numerosas penalidades para que sus descendientes pudieran disfrutar de una sociedad del bienestar, que ha luchado para que los que venimos detrás naciéramos y creciéramos en un país libre y democrático.

No hemos cuidado de nuestros abuelos, esos a los que hemos tenido que llevar a unas residencias que se han convertido en morgues improvisadas porque no estaban preparadas para afrontar un problema como el coronavirus. Las residencias de mayores ni son hospitales, ni cuentan con medios materiales y humanos que permitan sustituir las funciones de éstos. Espero que nuestros políticos nos den respuestas en algún momento.

MEMORIA: Nines por fin es libre y vuelve a ser ella. Sus ojos azules vuelven a brillar en mi recuerdo y su voz cantarina vuelve a sonar en mi cabeza. Era una mujer vital, guapa, elegante, siempre impecablemente peinada, pero sobre todo era una maravillosa persona. Muchos la queremos y siempre la echaremos de menos.

El dolor llega más allá de las nubes

nubes

El dolor llega más allá de las nubes

Me encuentro en medio de un paraje en el que el sonido es un silencio atronador, sólo mancillado por mis pisadas lentas, torpes en un medio desconocido. Hasta allí llegan los lamentos en mi cabeza, el dolor de una sinrazón que golpea una y otra vez, sin que sepamos por dónde nos va a venir el próximo golpe. Barcelona, Cambrils, Ripoll se me aparecen en medio de este paraje como escenarios macabros que sustituyen a poblaciones en las que se ríe, se ama, se sueña…

Aparecen las voces de ojo por ojo, las que se ofenden porque siguen enrocadas en sus pequeñas disputas de salón que, ahora, en esta desolación colectiva se me antojan pueriles e, incluso, egocéntricas en grado superlativo. Los muertos, los heridos, los afectados directa o indirectamente por esta barbarie son sólo personas, sin más adjetivos, sin más calificativos.

Me siento culpable por estar disfrutando de esta maravillosa paz, mientras a mis pies el mal, ese concepto tan etéreo como este aire, se materializa en una niebla que estrangula corazones y acaba con la vida de sus semejantes, dejando a su paso un reguero de muerte, desolación y perplejidad. Porque la muerte siempre nos deja desconcertados.

Cuando las palabras no bastan

Teach Peace

Cuando las palabras no bastan
es que el sol ha caído por la escuadra
de la vía láctea
y la noche ha ganado a la luz
el espacio infinito de miles de almas.

¡Y espero!

Sólo espero que basten las palabras
para combatir el estupor y el miedo
de esos ojos recelosos
antes, incluso, de saber que existe la esperanza.

¡Y en silencio grito!

Y las palabras no sangran, no se rompen, no estallan.
En contraposición a las armas que se expanden
como hiedras sofocantes y caóticas
para arrancar la savia de almas blancas.

¡Y no bastan las palabras!

No, las palabras no bastan
para saciar su codicia desmedida,
para separar sus carroñeros dientes
de la carne mortecina y moribunda,
para desenmascarar a falsos sacerdotes
de fraudulentos credos.

¿Y cómo luchamos
los que sólo tenemos las palabras?

Los heraldos negros

Je suis Paris

Je suis Paris

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Los heraldos negros. César Vallejo

 

 

El olor de tu ausencia

Siento el olor de tu ausencia
adherido a mi apagada piel,
como una enredadera muerta,
que crece, que duele, que axfisia
cada febrero, este día.

Chirrían palabras huecas
entre estas líneas vacías;
te pierdo en un tiempo de niebla,
que me envuelve divida
entre tu muerte y mi vida.

Paladeo el sabor de tu ausencia
y se clavan las espinas,
las miles de horas gastadas
en recordar nuestras risas
para no perderte, para encontrarte
de nuevo, en esta fecha maldita.

Un día cualquiera

Era un día cualquiera, como el anterior o el anterior al anterior. Se levantó y descubrió perpleja que el horizonte se había desdibujado tras la ventana. Las certezas se le cayeron de las manos, y, en ese momento, extravió sus esperanzas entre bosques de dudas e indecisiones. Intentó caminar hacia delante y, a cada paso, sólo encontraba sombras.

Se levantaba, comía, sonreía, hablaba, dormía; incluso, a veces, hasta era capaz de ver a los que estaban a su alrededor, a su lado. Pero eso no impedía que sus gafas oscuras, esas que se ajustaron como una segunda piel a sus ojos aquel día, -ese día que iba a ser igual a todos los demás-, la envolvieran en una soledad autoimpuesta, en una tristeza masoquista de la que era incapaz de escapar.

El tiempo no fue capaz de curar la herida. Se refugió en el miedo a lo imprevisto, se vistió con un traje de humillación permanente que no le permitía disfrutar de un sol de marzo, de la brisa fresca de una tarde de otoño o del resplandor de unos relámpagos en una noche de verano. Un día cualquiera, tal vez el pasado vuele de su corazón y consiga recuperar la alegría de vivir, ¡pero se habrá perdido tantos momentos maravillosos!

El tiempo de las puertas cerradas

Puertas bien cerradas

Fotografía de Anie

En mi casa ha llegado el tiempo de las puertas cerradas. Antes todas las habitaciones estaban abiertas, pero de un tiempo a esta parte, los niños marcan su espacio con el símbolo de la puerta cerrada.

Esas puertas cerradas también me las encuentro en mi país: puertas cerradas a la educación, puertas cerradas a la sanidad, puertas cerradas a la solidaridad, al diálogo, a la verdad sin tapujos, al compromiso, a la esperanza.

Lo de mis hijos lo entiendo, buscan su propio espacio dentro del espacio común, pero lo que pasa en España actualmente me produce frustración y tristeza.

El espectáculo del dolor

Pastillas contra el dolor ajeno ( medicos sin fronteras)
Siento un enorme pudor cada vez que me golpean imágenes y sonidos del juicio contra José Bretón. Intento no mirar, no escuchar, pero a veces es imposible dejar de ver o de oír. A veces, la información se convierte en espectáculo, y en casos como éste, como el de Marta del Castillo, como el de Rocío Wanninkhof y otros muchos; la masa, ávida de sangre, de dolor ajeno, se embebe de posibles aberraciones, de actos ignominiosos que aligeran sus propias miserias. Esto no es solidaridad con las víctimas, es algo más primitivo y repulsivo, es convertir el dolor en espectáculo para el pueblo, un pueblo necesitado de emociones fuertes, que le permitan olvidar la crisis, los desahucios, el paro; en fin, que les permita suspirar y pensar: «estamos jodidos, pero no tanto».

El lastre del desamor

El lastre del desamor

Imágenes de PASOTRASPASO y PP Madrid

El lastre del desamor no es la tristeza, ni la ausencia de deseo o de amor, son las medias verdades que quedan por el camino, los rastros de mentiras que quedan expuestos en tu espalda, los silencios incómodos y las sonrisas falsas, los gestos de amor a destiempo y por compromiso, un compromiso que quieres olvidar y no te dejan.

En una fecha tan cercana al día del amor por excelencia, el 14 de febrero, Ana Mato seguro que está pensando más en el lastre del desamor,… aunque tal vez ya sea demasiado tarde; incluso cuando una empresa llena de globos venga en nuestro rescate.