Mucho se está hablando estos días sobre la necesidad o no de una nueva ley del aborto, de la barbaridad que va a suponer que una chica de 16 años pueda abortar sin el consentimiento paterno, de que con la nueva ley el aborto se convierte en un método anticonceptivo … La presidenta de la Comunidad de Madrid ha dicho que el aborto no es un derecho, sino un fracaso personal, sin tener en cuenta que una mujer no toma alegremente la decisión de abortar, sino que suele ser una decisión dolorosa y a la que llega racionalmente, no impulsivamente, ya que si fuera una decisión impulsiva creo que ninguna mujer optaría por el aborto.
De acuerdo con la Resolución 1607 de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (2008) «Prohibir el aborto no consigue reducir el número de abortos: conduce sobre todo a abortos clandestinos, más traumáticos, y contribuye al aumento de la mortalidad maternal y/o al desarrollo del «turismo del aborto», una actividad costosa, que prorroga el momento del aborto y genera desigualdades sociales. La legalidad del aborto no tiene efecto sobre la necesidad de la mujer de recurrir al aborto, sino solamente sobre su acceso a un aborto sin riesgo.»
No se trata sólo de traer hijos al mundo, sino de traerlos a un mundo en el que puedan recibir cariño, atención, educación; en el que tengan la oportunidad de desarrollarse personal y socialmente. Creo que los apocalípticos datos que se han aportado desde distintos sectores conservadores sobre los peligros del aborto, se han extraído de un estudio del Instituto de Política Familiar (IPF), una institución que se declara independiente, pero que se basa en una concepción tradicional de la familia, con unas creencias religiosas determinadas. En ese estudio se dan cifras escalofriantes del aumento del número de abortos practicados en España, aunque según datos de esta misma institución nuestro país está por debajo de Francia, Reino Unido, Italia y Alemania, en el número de abortos realizados.
Hay otros datos que pueden complementar a los que se han venido aireando estos últimos días, como los que aporta Francisca García Gallego, ginecóloga y miembro de ACAI (Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo) en una conferencia sobre «La práctica del aborto en España».
En el aborto, como en otros temas en los que entran de lleno las creencias religiosas, se juega con la doble moral de decir una cosa y hacer otra. Tal vez esos que se llevan las manos a la cabeza por las conclusiones del comité de expertos que asesora al Gobierno sobre la nueva ley del aborto, incitarían a su hija de 16 años a abortar si se les llega a plantear el caso, ¡Dios no lo quiera! La ley del aborto no obliga a abortar, sólo otorga la posibilidad de hacerlo con garantías y sin criminalizar una decisión, sin duda difícil y dolorosa para quien ha de tomarla.
Amo la vida y creo en ella, soy mujer, soy madre y he tenido dos abortos espontáneos, uno de ellos de un embarzo gemelar de 5 meses de gestación, tras el que me sentí profundamente herida, vacía. Pero creo que es necesario que las mujeres, que por la causa que sea, decidan abortar, tengan respaldo legal e institucional para hacerlo de forma segura y sin riesgos para su vida.