Deshacer el nido

Ayer terminamos definitivamente de deshacer el nido, tras semanas de deshilvanar retazos de un pasado ya perdido: tardes perezosas de verano con las cartillas Rubio y la novela radiofónica de fondo, noches de julepe cuajadas de voces y risas familiares, de riñas que se desvanecían con el humo de cigarrillos y puros, con las pesetas tintineando sobre la mesa camilla.

Las últimas ramas de nuestra guarida cayeron con la desaparición de los muebles pagados a plazos, las pajas que la hacían más acogedora habían sido arrancadas de sus huecos por el viento implacable del tiempo. Antes de cerrar definitivamente la puerta me vi en ese que fue mi nido entre risas, llantos, sueños, aburrimiento, miedos y amor, mucho amor. Me vi vestida de novia y dando la mano a mi padre la noche anterior a su muerte, me vi dormitando con mi madre frente a la tele y haciendo que estudiaba con mi chico; poniendo la mesa para la comida familiar de los sábados con los niños y tomando chupitos de leche condensada mientras los payasos de la tele cantaban «Susanita tiene un ratón». Imágenes mezcladas en el tiempo en un mismo espacio.

He descubierto que hay lugares que hacen de ancla del alma y una sensación de pérdida irremediable me estruja la garganta. El ruido de la puerta al cerrarse me abofeteó tan fuerte que necesité unos minutos para reponerme. Ayer perdí definitivamente la que fue mi casa, sin embargo el hogar que era nunca se desvanecerá de mi memoria.

El tiempo que estuve dormida

Anduve de la mano del silencio blanco, sin pasados oscuros ni futuros repletos de tormentas. Me senté un segundo infinito en la placidez de la nada, acompañada por una respiración leve y unos ojos despiertos hacia dentro. Y me dejé llevar hacia un espacio fuera de límites ni fronteras, a una realidad sin ruidos, sin idiotas que proclaman consignas para celebrar la autodestrucción y sin reyes desnudos ni cortejos de elefantes congelados.

En ese tiempo en el que estuve dormida el mundo siguió girando, mi pelo encaneció y mis oídos se cerraron a las estupideces sin que yo diera ninguna orden. De la pantalla que brillaba en el salón desaparecieron personajes habituales y me rodearon deslumbrantes hadas de nerviosas alas transparentes y juguetones gnomos de ropa multicolor que cubrieron mi desnudez de risas cristalinas y absorbentes, de imperceptibles caricias que quedaron tatuadas en mi piel.

Recorrí el intervalo entre la conciencia de mi yo y de mi espacio divagando sin prisa con algunos muertos muy vivos y con ciertos vivos que parecen muertos. Los paisajes se sucedían sin alta velocidad en un instante y mi entorno se movía con la cadencia de un bolero triste y sin final feliz.

Tronó el aullido de mi perro y todo se desplomó como un rascacielos cojo. La televisión volvía a escupir imágenes repetitivas, ya vistas cientos de veces. Recuperé los sonidos de las voces monótonas y simples que nos interpretan la realidad y mis ojos se centraron de nuevo en los límites del salón que me cobijaba como un útero acogedor y en la luz de mayo que ignoraba las cortinas que trataban de atraparla.

Marzo de mujer

Marzo de Mujer

En marzo asoma ya la primavera, tímida, frágil todavía en sus colores y sus vientos suaves. Y marzo también es Mujer, es lucha, coraje, unidad (que no uniformidad), historias silenciosas de sacrificios, de pequeñas victorias, de vidas que creen en unos principios de igualdad, de sueños por un futuro mejor y más justo.

Este año intentan desvirtuar esta conmemoración por algo circunstancial, anecdótico sin que ello suponga que sea trivial. No se trata de salir a las calles o no, sino de que la palabra de las mujeres sea tan potente que dé igual que las calles estén vacías, porque nuestra voz debe resonar desde el agujero más oscuro hasta el satélite más lejano.

Hoy mis alas se despliegan de nuevo libres para llevar un mensaje de esperanza a todas las que nos han precedido, a todas las que siguen peleando con argumentos y no con violencia, con vocación de unir y no para imponer tesis; a todas las que cogerán el testigo de todas las mujeres que han querido vivir sin miedo, que se adhieren a mis alas, ya cargadas de decepciones, culpas y duelos.

Hoy quiero, en palabras de Ida Vitale “descubrir por mí misma otro ser no previsto en el puente de la mirada. Ser humano y mujer, ni más ni menos”. Se trata de sumar divergencias, puntos opuestos, existencias que no tienen nada en común entre sí y que juntas proponen una realidad infinitamente distinta. Tal vez sea eso lo que debamos reivindicar este marzo de mujer, esa suma que nos propone la poeta uruguaya en su poema “Sumas”: «de la esperanza de alguien más el sueño de otro» (de su obra “Reducción del infinito” 2002).

Sumas
caballo y caballero son ya dos animales

Uno más uno, decimos. Y pensamos:
una manzana más una manzana,
un vaso más un vaso,
siempre cosas iguales.
 
Qué cambio cuando
uno más uno sea un puritano
más un gamelán,
un jazmín más un árabe,
una monja y un acantilado,
un canto y una máscara,
otra vez una guarnición y una doncella,
la esperanza de alguien
más el sueño de otro.
.romper patrones

Febrero siempre duele

Algunas ausencias abren todos los candados

Febrero duele como esas heridas que reverdecen sin que el tiempo o los tratamientos aplicados sobre ella terminen de sanarla. El dolor se ajusta al alma como un cilicio implacable y vengativo, con la misma intensidad como aquella primera vez, en la que descubrí su poder. Los pulmones empiezan a hiperventilar, el aire llega hasta ellos con dificultad y olvidas la angustia que sientes, solo piensas en que no consigues respirar.

Ese tormento físico relega el dolor interior que segrega el alma porque es más fácil de gestionar, de controlar. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero es mentira, la ausencia nunca desaparece, siempre acecha tras una fotografía, una fecha, un lugar…

La ausencia flota en partículas invisibles que no ves, pero que te atacan como un virus. Oigo de fondo cifras sobre muertos, hospitalizados, contagiados y sigo anclada en mi febrero, ese en el que perdí la inocencia con la crueldad de la muerte, tu muerte.

Desde hace tiempo tengo un candado contra el dolor, pero la puerta siempre se abre y febrero siempre me duele.

Escapada al mar

Ahora, que el sol se ha puesto y el horizonte se desdibuja, se pierde entre cifras de contagios, hospitalizaciones y muertes, entre políticos ciegos, torpes y cobardes, cierro los ojos y me desvanezco en el mar.

Escapada al mar

Tiembla el mar bajo mis pies, escondiéndolos entre espuma juguetona. Me adentro en su espacio, dejándome llevar por su ritmo secuencial, metódico. Allí, cuando la tierra parece sólo un reflejo, me siento en paz con todo, incluso conmigo misma.

Ya no hay dudas, ni mentiras, ni amenazas, sólo el sonido del mar en mi cabeza, sólo su murmullo acunando mi cuerpo, y el viento jugando a tocarme sin rozar siquiera mis pestañas.

Únicamente allí, sin más distracciones que mi pequeñez en su inmensidad, soy consciente de quien soy.

Lo que queda entre tú y yo

Esto es lo que queda entre tú y yo,

la verdad de nuestros cuerpos que aún se buscan,

se desean, se reconocen,

se dan respiros, se alejan,

se ignoran y, sin embargo,

al final siempre despiertan

en las manos del otro,

en los labios del otro,

en los anhelos del otro.

Sabes, el cuerpo duele a partir de los cincuenta

y las arrugas emergen

como una primavera exuberante.

Ya cargo pechos derrotados,

culpas infinitas y rencores marchitos;

debo más de lo que he dado

y me declaro en ruinas –hasta nuevo aviso-.

Voy tirando de pesadas ausencias,

dejando atrás, cuando puedo, todo aquello que he perdido.

Me contemplo en el espejo

entre lo que quise ser y no he sido;

trasiego por borrosos paisajes de desidia,

entre letras que no entiendo y memorizo

para responder a lo que no sé,

buscando repuestas en un universo de ceros y unos,

un tramposo laberinto denso, silencioso, infinito.

Y aquí estoy, con acordeones mudos

dibujados en la piel por tanto sol,

tanto tabaco y alcohol,

divagando alrededor de una fecha

y sin saber acabar un poema.

La vida sigue

Ampolas enjauladas

 

La vida continua su curso, aunque sea detrás de unas rejas, confinadas en un espacio delimitado del que tratan de escapar. En este tiempo Flores silvestresen el que los seres humanos hemos vuelto a nuestras cuevas, la naturaleza explosiona y busca su expansión ante el inesperado retroceso de los hombres en su devastador dominio. Pronto las plantas volverán a ser destruidas por el continuo y asolador pisar de la humanidad, pero mientras tanto, aprovechan este paréntesis para crecer entre adoquines y asfalto, escapando del control de los materiales inanimados.

La vida sigue a pesar de los fantasmas,
Del polvo incrustado en la piel,
De la niebla eterna,
De la incertidumbre.

Los disfraces del miedo bailan
Con la inconsciente inmortalidad
De los imbéciles.

Y yo, desde mi atalaya vestida de soledad
Contemplo una ciudad que trajina,
Repta, se revuelve, respira,
Entretejiendo agujeros a las normas,
Olvidando que kamikazes invisibles
Acechan para doblegar nuestra libertad
De elegir entre morir huyendo
O vivir encadenados al miedo.

Y la vida sigue
Áspera, cruel, implacable
Ahogando una primavera encarcelada
Con la promesa de un verano perfecto.

 

Abril se irá

Abril se irá

Abril campea por Madrid cargado de temor, de lágrimas furiosas que rompen el gris.

Abril se pasea silencioso por calles desiertas, húmedas del dolor por los muertos.

Abril se nos encoge triste, con los puños cerrados y el mentón apretado al cielo.

Abril se rompe a las ocho con cientos, miles de manos que, como un exorcismo, matan a ritmo de palmas el miedo.

¿Quién me ha robado el mes de abril?, se lamentaba el poeta, cuando la vida hiberna, se desvanece, vuela.

Abril se irá y la esperanza de un mayo cuajado de luz y respuestas llamará a mi puerta.

Cuando se tiñan los días sombríos de cálidos brotes de certezas, entonces, regresará la primavera.

In memoriam: Una muerte en tiempos del coronavirus

ANGUSTIA: Ayer la incineraron. Sola. Murió, como tantos otros ancianos en estos días, en una residencia el pasado martes. Sola. Tenía 84 años y padecía Alzhéimer, pero para nosotros, su familia, era Nines, mamá, abuela, Angelines; una mujer valiente, luchadora, generosa a la que queríamos.

Nos avisaron hace ocho días de que tenía fiebre y dificultad respiratoria, que presentaba un cuadro complicado, pero que no era candidata a UCI porque era mayor y tenía patologías previas. No sabemos si le diagnosticaron coronavirus o no, si le hicieron pruebas o no, o si simplemente la dejaron morir sin que sufriera.

DOLOR: Hacía mucho tiempo que ella se había ido, su esencia, pero su cuerpo seguía albergando esa mujer que conocimos y amamos, esa mujer que había emigrado y trabajado duramente para dar un futuro mejor a sus hijos, que había disfrutado de la vida cuando la vida se lo había permitido y que había luchado siempre como una leona por proteger a los suyos.

Ella hubiera preferido morir a vivir como vivía los últimos años, pero no así, no de esta manera. No haber podido darle la mano, un beso de despedida, no haber podido estar con ella nos pesará como una condena toda la vida. Este duelo en diferido es una puñalada que no deja de sangrar por mucho que tapones la herida.

INDIGNACIÓN: Creo que como sociedad hemos de hacer examen de conciencia. Hemos dejado en la cuneta a toda una generación, esa generación que reconstruyó un país después de una sangrienta y brutal guerra civil, una generación que ha pasado numerosas penalidades para que sus descendientes pudieran disfrutar de una sociedad del bienestar, que ha luchado para que los que venimos detrás naciéramos y creciéramos en un país libre y democrático.

No hemos cuidado de nuestros abuelos, esos a los que hemos tenido que llevar a unas residencias que se han convertido en morgues improvisadas porque no estaban preparadas para afrontar un problema como el coronavirus. Las residencias de mayores ni son hospitales, ni cuentan con medios materiales y humanos que permitan sustituir las funciones de éstos. Espero que nuestros políticos nos den respuestas en algún momento.

MEMORIA: Nines por fin es libre y vuelve a ser ella. Sus ojos azules vuelven a brillar en mi recuerdo y su voz cantarina vuelve a sonar en mi cabeza. Era una mujer vital, guapa, elegante, siempre impecablemente peinada, pero sobre todo era una maravillosa persona. Muchos la queremos y siempre la echaremos de menos.

Una sociedad en cuarentena

Llevo dos semanas con la garganta agarrotada, aguantando las lágrimas que pugnan por salir, sobrepasada por la información que voy recibiendo, por la situación de caos que percibo a mi alrededor, por la incertidumbre que genera el miedo que nos acompaña y que pesa como una losa.

Sin embargo, a pesar de los temores, en numerosos balcones y ventanas de mi barrio – y supongo que también en otras ciudades y pueblos- han surgido mensajes de esperanza, de fuerza, de cohesión en torno a todos los que con su trabajo y su esfuerzo están poniendo, en numerosas ocasiones, su salud en peligro para que todos los demás podamos protegernos de este enemigo invisible que es el COVID-19.Balcones_solidaridad_COVID-19_Madrid

Ahora todos sabemos cómo tendríamos que haber actuado para no estar como estamos, pero el día 5 de marzo, según el Informe de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica, España tenía confirmados 151 casos sobre una población de más de cuarenta y seis millones y medio de personas, y Madrid, la Comunidad más afectada, tenía reconocidos 90 casos sobre una población de cerca de siete millones de personas.

Recuerdo seguir las ruedas de prensa de Fernando Simón explicando la necesidad de seguir unas normas mínimas para que el contagio no se siguiera propagando. Su tono de voz pausado y sereno era ciertamente tranquilizador; sin embargo, sus palabras siempre transmitían cautela y prevención. Ese fin de semana salí fuera de Madrid, no asistí a la manifestación del 8 de marzo, pero disfruté de una Salamanca repleta de turistas y de bares atestados. No sé si esta situación era previsible, pero creo que, si en ese momento, el Gobierno decreta un estado de alarma nadie, ni el resto de partidos políticos ni la sociedad lo hubiera secundado. Todos, incluida yo, pensábamos que este virus no nos afectaría.

El número de afectados por coronavirus se comenzó a disparar a partir del 12 de marzo y, solo entonces, fuimos conscientes de lo que se nos venía encima. La Comunidad de Madrid suspende las clases en los centros educativos de la Comunidad el 11 de marzo; sin embargo, con esta medida –sin otras que la acompañen- no se consigue aislar a la gente. Esos días los niños con sus padres o abuelos pasan el tiempo en los parques, grupos concurridos se pasean por las calles y plazas de la ciudad.

Sólo a partir del Real Decreto del 14 de marzo, por el que se decreta el estado de alarma, la sociedad comienza a comprender la seriedad del problema; aunque todavía pasan días y aumento de nuevos casos y de numerosas muertes para que todos nos concienciemos de que esto es algo que nos compete a todos y cada uno de nosotros.

Yo no sabía, no podía imaginar a principios de marzo que esta enfermedad se iba a diseminar como una mancha de aceite que lo impregna todo. Estoy segura de que saldremos, pero ¿cómo saldremos? El futuro dependerá de cómo todos, como sociedad, respondamos a los retos que se nos van a venir encima. ¿Seremos depredadores o seremos solidarios? ¿Seremos capaces de generar una nueva sociedad más cohesionada, con servicios públicos dotados de medios tanto materiales como humanos que permitan responder a “enemigos” comunes?

Son días de héroes, de víctimas, de historias de solidaridad, de desolación, de soledad, de pequeñas y grandes noticias… pero los días que vendrán dependerán de cómo dibujemos, de cómo ensamblemos las diferentes piezas que van a quedar rotas tras el azote de este virus letal.

He leído recientemente un mensaje en el que se asegura que los psicólogos recomiendan para estos días de cuarentena hacer deporte, realizar manualidades y recrearnos con la música –asignaturas que en nuestra educación han quedado relegadas como “marías”- Lo importante no tiene por qué ser rentable, pero si nos olvidamos de lo fundamental no habrá futuro.