Vivo en un país que se odia a sí mismo, que se autolesiona constantemente para hacerse daño y sentirse herido. Es muy triste vivir en un país que cada vez se quiere menos, que cada vez que da un paso no es para hacerse más fuerte, sino para castrar su futuro.
Nos damos golpes de pecho por haber sido una vez un imperio, reinventamos la historia para creernos más legitimados a la hora de reivindicar el poder sobre una piedra que no interesa a nadie. Nos avergonzamos de hablar una lengua que hablan más de 300 millones de personas en el mundo, por eso intentamos que nuestros niños no la aprendan.
Nos abanderamos en cientos de banderas para hacer más débil una bandera que hace 31 años decidimos por mayoría que fuera la bandera de todos. Miramos hacia el pasado que nos divide, para no tener que sentarnos a decidir el futuro que hemos de afrontar juntos.
Siento lástima de este país que siente verguenza de ser país; ahora, eso sí, dame todas las subvenciones que sea posible, venga de donde venga el dinero, para eso no hay fronteras pacatas, para eso no busco a los de mi cuerda, a los de mi secta, para eso si busco pactos aun con aquellos de los que los que reniego.
A muchos nos duele España, como a Unamuno. Este bilbaíno, que anticipó a las fuerzas de Franco «¡venceréis, pero no convenceréis!», también dijo algo que a muchos de espíritu izquierdista averguenza, porque somos tan imbéciles que dejamos el patrimonio de ser español a un grupo reducido de fascistas. «¡Soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo».Yo, como Unamuno, soy española, aunque no me guste Esperanza Aguirre y no vote al PP; yo soy española, y en mi casa se ha hablado gallego desde siempre; y me gusta el cava y sé que los vascos y los catalanes nunca han tenido reino, porque la historia ya está escrita, aunque algunos se empeñen en reescribirla porque es más rentable electoralmente.
Fotografía:angel de olavide