Febrero siempre duele

Algunas ausencias abren todos los candados

Febrero duele como esas heridas que reverdecen sin que el tiempo o los tratamientos aplicados sobre ella terminen de sanarla. El dolor se ajusta al alma como un cilicio implacable y vengativo, con la misma intensidad como aquella primera vez, en la que descubrí su poder. Los pulmones empiezan a hiperventilar, el aire llega hasta ellos con dificultad y olvidas la angustia que sientes, solo piensas en que no consigues respirar.

Ese tormento físico relega el dolor interior que segrega el alma porque es más fácil de gestionar, de controlar. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero es mentira, la ausencia nunca desaparece, siempre acecha tras una fotografía, una fecha, un lugar…

La ausencia flota en partículas invisibles que no ves, pero que te atacan como un virus. Oigo de fondo cifras sobre muertos, hospitalizados, contagiados y sigo anclada en mi febrero, ese en el que perdí la inocencia con la crueldad de la muerte, tu muerte.

Desde hace tiempo tengo un candado contra el dolor, pero la puerta siempre se abre y febrero siempre me duele.