Un extraño sueño

Le vi por primera vez dónde sólo se ve a los muertos, en un sueño. Tenía las manos suaves, me agarraba con fuerza para subir una pendiente abrupta, en medio de una niebla espesa, que no hacía presagiar nada bueno. A pesar de sus esfuerzos, de sus palabras de aliento, mi respiración era cada vez más agitada, mi corazón latía en la cabeza con un ritmo frenético y mis músculos se iban tensando tanto que dolían como miles de agujas ensartadas en las sienes. Cuando mi mano se soltó de las suyas y empecé a caer, desperté con la sensación de seguir cayendo al vacío.

Olvidé pronto el incidente, aunque el vértigo que me produjo la caída imaginaria no terminaba de desaparecer de mis pasos, durante unos días cortos y lentos, como mis respuestas. La rutina y los numerosos pequeños contratiempos diarios consiguieron que, al cabo de unas semanas, mi cerebro eliminara este extraño sueño.

Fotografía: Gonçalo Pereira

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