Una sociedad en cuarentena

Llevo dos semanas con la garganta agarrotada, aguantando las lágrimas que pugnan por salir, sobrepasada por la información que voy recibiendo, por la situación de caos que percibo a mi alrededor, por la incertidumbre que genera el miedo que nos acompaña y que pesa como una losa.

Sin embargo, a pesar de los temores, en numerosos balcones y ventanas de mi barrio – y supongo que también en otras ciudades y pueblos- han surgido mensajes de esperanza, de fuerza, de cohesión en torno a todos los que con su trabajo y su esfuerzo están poniendo, en numerosas ocasiones, su salud en peligro para que todos los demás podamos protegernos de este enemigo invisible que es el COVID-19.Balcones_solidaridad_COVID-19_Madrid

Ahora todos sabemos cómo tendríamos que haber actuado para no estar como estamos, pero el día 5 de marzo, según el Informe de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica, España tenía confirmados 151 casos sobre una población de más de cuarenta y seis millones y medio de personas, y Madrid, la Comunidad más afectada, tenía reconocidos 90 casos sobre una población de cerca de siete millones de personas.

Recuerdo seguir las ruedas de prensa de Fernando Simón explicando la necesidad de seguir unas normas mínimas para que el contagio no se siguiera propagando. Su tono de voz pausado y sereno era ciertamente tranquilizador; sin embargo, sus palabras siempre transmitían cautela y prevención. Ese fin de semana salí fuera de Madrid, no asistí a la manifestación del 8 de marzo, pero disfruté de una Salamanca repleta de turistas y de bares atestados. No sé si esta situación era previsible, pero creo que, si en ese momento, el Gobierno decreta un estado de alarma nadie, ni el resto de partidos políticos ni la sociedad lo hubiera secundado. Todos, incluida yo, pensábamos que este virus no nos afectaría.

El número de afectados por coronavirus se comenzó a disparar a partir del 12 de marzo y, solo entonces, fuimos conscientes de lo que se nos venía encima. La Comunidad de Madrid suspende las clases en los centros educativos de la Comunidad el 11 de marzo; sin embargo, con esta medida –sin otras que la acompañen- no se consigue aislar a la gente. Esos días los niños con sus padres o abuelos pasan el tiempo en los parques, grupos concurridos se pasean por las calles y plazas de la ciudad.

Sólo a partir del Real Decreto del 14 de marzo, por el que se decreta el estado de alarma, la sociedad comienza a comprender la seriedad del problema; aunque todavía pasan días y aumento de nuevos casos y de numerosas muertes para que todos nos concienciemos de que esto es algo que nos compete a todos y cada uno de nosotros.

Yo no sabía, no podía imaginar a principios de marzo que esta enfermedad se iba a diseminar como una mancha de aceite que lo impregna todo. Estoy segura de que saldremos, pero ¿cómo saldremos? El futuro dependerá de cómo todos, como sociedad, respondamos a los retos que se nos van a venir encima. ¿Seremos depredadores o seremos solidarios? ¿Seremos capaces de generar una nueva sociedad más cohesionada, con servicios públicos dotados de medios tanto materiales como humanos que permitan responder a “enemigos” comunes?

Son días de héroes, de víctimas, de historias de solidaridad, de desolación, de soledad, de pequeñas y grandes noticias… pero los días que vendrán dependerán de cómo dibujemos, de cómo ensamblemos las diferentes piezas que van a quedar rotas tras el azote de este virus letal.

He leído recientemente un mensaje en el que se asegura que los psicólogos recomiendan para estos días de cuarentena hacer deporte, realizar manualidades y recrearnos con la música –asignaturas que en nuestra educación han quedado relegadas como “marías”- Lo importante no tiene por qué ser rentable, pero si nos olvidamos de lo fundamental no habrá futuro.